miércoles, 29 de octubre de 2008

Meditación/ Amanece




Amanece.

Floto en mis pensamientos en un otoñal amanecer.
Fuera, el viento hace la ronda. ¿Llueve?. Hace frío.
El calor de las sabanas sujeta mi cuerpo a la placidez
y mis ojos permanecen cerrados mientras la mente se agita.
Hay lucha. Las obligaciones mandan. Desesperanza.
Mis ojos se resisten a ver el amanecer.
Y así, entre lo real y lo etéreo, juego con los recuerdos.
Ayer fue un día hermoso: te encontré.
Era la primera vez que te veía. ¡La primera vez!.
Un volcán surgió en mi pecho: amor, rabia, celos, ilusiones…
Los días corrieron lentos y rápidos a la vez
y a un lado quedaron: amigos, padres y hermanos.
Desde aquel día, fuiste el pan de mi existencia y el vino de mis sueños;
tu alegría fue mi alegría, tu tristeza mi tristeza. Por ti respiraba, por ti vivía.
Recuerdo como si fuera hoy: tu mirada enamorada, tu sonrisa de Guioconda;
los largos silencios, los prejuicios, los asensos; aquella tersa piel, aquellos finos cabellos…la morbidez de tus besos.
Hermoso día fue el de ayer.
Recuerdo el embarazo y el nacimiento de nuestro primer hijo
y el del segundo y el del tercero; hasta el aborto que tuviste recuerdo
y, aunque no llegó a nacer, lo quiero como si lo hubiera hecho.
¡Cuantos esfuerzos y desvelos dan los hijos!.
! Que felicidad verlos felices y contentos!.
Revolvíamos el mundo por ellos. ¡Cuantas ilusiones…!
Cuando pienso en nuestros hijos, el amor no me cabe en el pecho.
Sí. Claro que sé que han sido ellos los que los que más profundamente clavaron y hurgaron sus dagas en nuestros alientos
pero, eso no importa. ¿Acaso nosotros hemos sido perfectos?.
Siento tu espalda pegadas a las mías, y el palpitar de tu corazón casi agotado
Entre sueños veo tu cara ya ajada y tus cabellos cenicientos.
Hoy, la vida ha hecho su trabajo sobre nuestras almas
y el tiempo, ha encanecido nuestros cabellos y arrugado nuestros cuerpos.
Me acurruco junto a ti y aunque roncas no me molestas.
Mi mano trémula busca tu cuerpo y recorre las suaves colinas de ogaño.
Te remueves y dejo mi mano quieta.
Y en el silencio de la madrugada musito: ¡ gracias¡, ¡te quiero!
Me atrevo a decirte mientras duermes, lo que nunca te diría con los ojos abiertos.