sábado, 17 de enero de 2009

La vida.



El juicio final


Cuando se es niño, no se piensa en nada después, con la adolescencia, se sueña en una vida dorada. Llegada la madurez, dependiendo del dedo que te haya tocado, tu ser se centra en llevar la familia adelante y situar tus hijos… Con la senectud llega el ajuste de cuentas de lo que has logrado.
El fruto obtenido será el árbol que no deja ver el bosque y el santo y seña de tu persona. Ese árbol hará de ti una persona inteligente, importante, un infeliz… Del triunfo al fracaso sólo hay un paso, una decisión que a veces ni el propio sujeto ha determinado. Esta es la vida: un juego de azar, un mar de circunstancias donde el hombre, como una frágil barquilla, se ve zarandeado y como frágil barquilla a veces se hunde y a veces arriba a la costa en mejor o en peor estado. Es el final.
Cuando en la senectud juntas tus manos para ver lo que la vida te ha deparado y te das de frente con el fracaso, este se instala en tu pecho, aleja el sueño de las noches y la triste realidad te hace callado; lo contrario, el triunfo, ensancha tu pecho, eterniza la sonrisa en tus labios y las palabras se hacen fluidas aunque antes faltaran. ¡ Milagros de la vida!.
El anciano del fracaso, envejece, no cumple años; en su inmaterial alma hay callos; camina torpemente, con pasos lentos y busca siempre, entre los árboles del parque, un banco, de madera o de piedra, da igual, un banco que por unos momentos le dé soledad y lo haga ingrávido. A su alrededor no hay flores, ni fuentes, ni patos; vive anclado en el pasado recordando siempre lo que pudo hacer y no hizo, lo que pudo ser y no ha sido. A veces, intenta aventar los recuerdos pero estos se han hecho garrapatas en su espíritu.
El viejo del fracaso no se quiere. Su mente le repudia, su pecho le rehúye, su alma, le sufre. De tarde en tarde, muy de tarde en tarde, una ráfaga de aire limpio refresca su mente, ahuyenta su pesimismo y endulza su cara. Una tímida sonrisa aflora en su boca y el viejo se emociona. Siempre hay pizcas de felicidad en una vida de cien años. El viejo del fracaso, tiene los ojos empañados. El otro, sonríe.

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