viernes, 12 de diciembre de 2008

Anecdotas II


El dinero de plástico.


Volviendo de la provincia más al suroeste de España por la que el sol busca diariamente su descanso nocturno, por medio del camino, hube para para echar gasolina al coche. Detuve mi vehículo junto a uno de los surtidores de una estación y, como cualquier hijo de vecino, tomé mi manguera y eché en el depósito lo que habitualmente solía echar: treinta euros. Concluída la operación, me dirigí a pagar.
-!Buenas tardes!.
-!Buenas tardes!- contestome amablemente el encargado.
-Por favor, cóbrese el importe del 5.

- Treinta euros, señor. ¿Con tarjeta o en metálico?
- Con tarjeta- afirmé mientras sacaba esta de mi cartera y se la entregaba.
El encargado la pasó una vez, dos veces, tres…
-La máquina no la acepta, señor- me indicó el cajero indiferente.
-Imposible, acabo de hacer uso de ella y no he tenido problemas.
Aquel señor, pacientemente, la miró, limpio la banda magnética y volvió a pasarla por la ranura del artilugio. Una vez, dos veces, tres…
-Lo siento, señor pero no hay manera.
-Bien pagaré en metálico.
Pero, tanto mi mujer como yo, nos habíamos despreocupado del dinero en metálico confiados en la tarjeta y, ambos, de metálico, íbamos escasos. Busqué en mi billetera pero mis caudales sólo llegaban a poco más de 17 euros.
-Espere un momento- indiqué al cajero- voy a ver si mi señora tiene para pagarle.
Preocupado por el posible problema que podía acarrearme la puñetera tarjeta, salí presuroso en busca de mi esposa. Me acerqué al coche, abrí la puerta y la pedí el dinero que necesitaba.
-¿Qué ocurre?¿Y tu tarjeta?
- La caja no la admite. Debe haberse estropeado la banda magnética.
-¡Si es nueva!.
- Ya, pero no funciona. Mañana me llegaré al banco.
-Pues no sé si…
Entre ambos, rebuscando hasta el último centimo, pudimos conseguir lo necesario. Con gran alivio regresé a la caja, aboné el importe y reiniciamos el camino de regreso a casa.
Al día siguiente me presenté en el banco pero antes de entrar volví a meter la tarjeta en el cajero automático que había en la puerta: una vez, dos veces, tres… ¡imposible ¡. El cajero automático me la devolvía una y otra vez. No había duda, la tarjeta no funcionaba.
Una vez dentro de la oficina bancaria, como habitualmente acontece, hube de esperar mi turno. Así lo hice y a los veinte minutos más o menos, con mi tarjeta en la mano, pudo por fin plantear mi problema a la señorita de turno.
-!Buenos días !
- !Buenos días!.
- Mire, señorita, esta tarjeta me la dieron hace un par de semanas y no funciona. Lo he intentado muchas veces y no, no hay manera. Debe tener la banda magnética deteriorada.
- ¿Esta tarjeta?- preguntó la joven observando la tarjeta que yo había depositado en sus manos- Por supuesto que no le puede funcionar- afirmó sonriendome compasiva- Esta tarjeta es de su seguro médico.

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