miércoles, 12 de noviembre de 2008

Artículo/ Crisis económica: los vasos comunicantes.


El pez que se come las casas

El justiprecio es el juez de la equidad. Como dice su etimología es quien se encarga de fijar los precios justos de las cosas. Cuando este justiprecio no es respetado y en su lugar se pone a inexpertos sustitutos, ocurre que todo se viene abajo.
Erase un país que tras mucho trabajo sin conflictos laborales (estaban prohibidos), insuflado por las divisas de los emigrantes y de los turistas y por salarios bajos, comenzó a subir peldaños económicos y poco a poco fue prosperando. No obstante, comprar un piso era un sueño inalcanzable pero fue creandose la mentalidad de que el esfuerzo merecía la pena pues al final el piso quedaba en tus manos. El sueño, a largo plazo, se fue realizando eso sí, con intereses de un 16% y plazos de 17 años pero la economía iba subiendo y con ella los salarios.
Los turistas demandaban pisos y, a pesar de mantenerse los bajos salarios, la necesidad de mano de obra era insaciable y así surgieron las horas extras. Los trabajadores se mataban trabajando pero comenzaban a vivir por encima de sus expectativas y sus pequeños ahorros fueron tomando el camino de la compra de un piso. Mis paisanos pasaron así de no tener nada a tener un piso hipotecado y a pasear mucho. Por otro lado, los ayuntamientos, en aquel entonces, en su mayoría, eran más bien pobretones y sus ediles, poco espabilados, se asustaban al oír hablar de millones pero, claro, ni todos somos iguales ni los lugares eran los mismos, ni el tiempo permanece encerrado y por ello, en ciertos populosos rincones donde había surgido una alta demanda de pisos, pronto comenzaron a entender de millones: Madrid, Barcelona, Valencia, Tarrasa, Sabadell, Elche y sobre todo, en las zonas turísticas: Costa del Sol, Las Baleares, Las Canarias, Costa Brava… La especulación había llegado.
Muchas especulaciones escandalosas fueron silenciadas por medio de la censura gobernativa nacional o provincial (por aquellos días la gente no sabía tanto de escándalos ) aunque algunas saltaron al ruedo. Los ayuntamientos comenzaron a desperezarse al darse cuenta de la mina de oro que tenían en sus términos. Los precios de los pisos comenzaron a subir desaforadamente pero las horas extras, las divisas y el mucho empleo que generaba el turismo acallaban quejas.
La economía seguía subiendo escalones, el turismo aumentaba y aunque hubo algunas crisis, se superaron. Con la transición política estalló la euforia en todos los campos. La libertad da brillo hasta los sitios más oscuros.
Al premio anterior de la democracia se le unió, al poco tiempo, el del ingresó de nuestro pàís en el club de los ricos: La Unión Europea y ya se sabe aquello de “el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija”. En efecto, una lluvia de dinero fue cayendo sobre el país al que había que sacar de su ancestral atraso desarrollista. La lluvia regó numerosos sectores productivos, sobre todo el de la agricultura. También sirvió para adecentar ciudades y así cada ciudad contó con dinero europeo para sus proyectos urbanísticos. !Como corría el dinero!
Las fronteras se abrieron y el capital, siempre especulativo, comenzó a llenar nuestros campos de autovías y autopistas, de hoteles con campos de golf, de mega-urbanizaciones, de parques temáticos y de atracciones, de grandes superficies comerciales. Todo ello demandó mucha mano de obra y el trabajador contento y los ayuntamientos aún más. Las ofertas especulativas competían entre sí a eso de: “maricón el último” y así, en días por no decir en horas, surgieron "nuevos ricos". Ricos que días antes no tenían donde caerse muertos.
El trabajador vivía bien no tenía necesidad de vendimiar, recoger la fresa, sulfatar invernaderos, ir a pescar… y, si se quedaba en el paro, con lo que cobraba y algunas chapuzas, mejoraba su condición económica. Los ediles ganaron importancia, sobre todo los de urbanismo, y sus sueldos subieron al compas de los edificios. Entonces, llegaron los inmigrantes a trabajar en aquello que los nativos rechazaban pero pronto se fueron expandiendo hacia otros sectores: hostelería, transporte, comerciales, servicios domésticos pero sobre todo en la que se había convertido en la gran actividad laboral: la construcción. No sólo por la demanda natural sino porque muchos pequeños capitales, ante los bajos intereses bancarios, derivaron sus capitales a la compra de pisos para realizar especulaciones relámpago: comprar antes de construir y vender inmediatamente tras su entrega ( así percibían rápidas plusvalías) o manteniendo los pisos vacios para sus revaloraciones a mediano o largo plazo. Así se percibían rápidas y sustanciosas plusvalías. Otros, mientras tanto, especulaban igualmente con solares. En una palabra, todo el que tenía algunos ahorros buscó multiplicarlos con la construcción pero también los que, sin tenerlos, deseando salir de pobres, echaron mano a los prestamos de bajo interés.
Entre inmigrantes legales e ilegales la mano de obra se hizo abundante y con ello su precio se vino abajo. Los sueldos comenzaron a depreciarse a pesar de la mucha construcción que se llevaba a cabo pero, todo perfecto: el rico cada día más rico y el pobre cada día más pobre. Se aguantó. !Claro que se aguantó!. El emigrante, porque estaba a la desesperada, los naturales porque era lo que había y la juventud despreocupada porque viviendo con sus padres el salario les llega para comprarse un coche, salir los fines de semana y darse algún que otro antojo y, en caso de tener novia, con los dos pequeños sueldos se consigue uno decente con el que, viviendo muy estrechamente, podrán comprarse un piso a precio exorbitado hipotecando sus sueldos en más de 30 años. Todo bien.
El problema es que la especulación, como el cáncer, comenzó a extenderse por el petróleo, por los alimentos; se revalorizaron los materiales constructivos, el transporte y los precios en general subieron los sueldos, no. Bueno, claro está, el de los altos ejecutivos sí. A estos "divos" no sólo les pusieon los sueldos en el cielo sino que les hicieron despidos blindados por si se quedaban en el paro. !Pobrecitos!.
La especulación y la educación consumista recibida, ha dejado al hombre de la calle tan exprimido que ni con una túrmix se le podría sacar un centimo. Los asalarios se han quedado como la mojama y los pisos (entre otras cosas) inalcanzables para la inmensa mayoría de los mortales y no digamos de los jóvenes con salarios arrás del suelo
El justiprecio no funcionó y los especuladores, constructores o no, han de comer de sus propias carnes porque no hay dinero para comprar. Hasta el más tonto de mi pueblo sabe que la avaricia rompe el saco y que salarios bajos con precios altos no casan. Ahora… ¿qué?.

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